miércoles, 14 de noviembre de 2007

La verdad sobre Alberto Cuevas


Durante muchos, muchos años, he pensado que mi mejor triunfo baloncestístico fue el dos contra dos que ganamos mi hermano Manolo y yo a José Javi y a su primo Óscar en aquel maravilloso verano del 88 (una dulcísima revancha tras la inolvidable paliza recibida, 36-2, en la añorada cancha de albero de Los Dolores). Con el paso del tiempo, jugué un una contra uno contra el intenso Olivares y le gané con un tiro lateral de cinco metros y medio (100-97), otro triunfo que se encuentra por derecho propio en el 'top five'. Ha habido partidos entrañables -como el de la despedida de soltero-, pero una de las victorias más grandes que he logrado ha sido que en una oficina de Triana, un sevillista acérrimo como Alberto Cuevas Caneo -en la imagen- hable de básket y se interese por el básket.

Este espécimen, criado en los arrabales de Constantina en el buen vivir, buen beber y buen comer, comenzó siendo para mí un martillo pilón del chascarrillo, la broma fácil, el chiste de mal gusto, la prepotencia de bastón, gomina y golpe de pecho... Un sevillano marcado por el estereotipo, vamos. Sin embargo, con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que Alberto, el 'Tuchi', es de esas personas que nunca te dejarán tirado si tienes un imprevisto. Un buen compañero que tiene que enseñar los dientes para hacerse respetar en este mundo de víboras.

Hay que mirar más allá de la boca de buzón, del amarillo de la cerveza y del verde de sus comentarios sexistas. Yo he podido ver la emoción en sus ojos con los títulos del Sevilla FC, pero también la he visto cuando le contaba mi experiencia en el Eurobasket, cuando rememoraba el fallo de Pau o cuando hablaba con 'Yova' de la Semana Santa. Si miras más allá y no te quedas en la superficie, hallarás un oceáno donde la belleza de los corales puede más que la negra tinta del calamar.
Todos tenemos máscaras para relacionarnos con el prójimo. Unos más callados, otros en plan 'heavy', algunos siguiendo el lema 'La mejor defensa es un buen ataque'... Por eso, hay que apartar los árboles para poder vislumbrar el bosque de Cuevas, que ya está repleto de la imparable plaga del deporte de la canasta.
Sé que mañana volverá a meterse con la ría de Huelva, Fertiberia y el Recreativo. Sé a ciencia cierta que volverá a llamarme portugués, a vacilarle a la santa Elena y a llamarle Dominguín a Luis Manuel. Sé incluso que bordeará a Carmencita con lo de 'rubia de bote'. Pero también sé que es el único de toda la oficina (en realidad de todas las personas que he conocido desde que empezó ésta, mi segunda etapa en Sevilla) que se ha ofrecido a jugar conmigo a baloncesto, que para mí significa mucho (sobre todo sin gustarle demasiado y sin haber tocado un balón desde hace por lo menos 10 años). Que un futbolero como él se olvide por un momento de Kanouté y me pregunte por Gasol o me mande un SMS (no le cuesta dinero, eso sí) hablando de Sergio Rodríguez es una mano tendida, un abrazo sin brazos, una soledad compartida entre tanto penalti y tanto 'Lopera, vete ya'.
Si ven alguna vez a este hombre, no le juzguen a la primera. No tomen en cuenta sus salidas de tono. Ni siquiera sus guarrerías. Simplemente sepan que detrás de la máscara de la juerga hay una persona sensible y altruista que quiere salir a la luz. Pondremos las bombillas que sean necesarias y reajustaremos la realidad para hacer un óptimo seguimiento a este inolvidable personaje.

martes, 13 de noviembre de 2007

El hijo de Dios


Se llama Jeffrey Jordan, pero no es Michael. Sólo he visto una fotografía de él, pero la pinta que tiene es la de un jugador del montón, aunque espero que haya heredado al menos el carácter ganador de su padre. Uno de los vástagos del mejor jugador de la historia debutó la pasada noche con la Universidad de Illinois.


No fue precisamente el partido soñado ante los 16.618 espectadores que poblaron las gradas del Assembly Hall en Champaigne. Su padre, se lo perdió, seguramente porque sabía que Juanita, su ex mujer que le pide más de 150 millones de dólares por el divorcio, iba a estar en las gradas. Apenas jugó tres minutos en la segunda parte y pagó la novatada propia de un freshman (jugador de primer año). La gran pregunta es si también penetra hacia canasta haciendo burla.


Podríamos escribir un tratado sobre 'los hijos de' y casi siempre las comparaciones son odiosas. Acuérdense de David Brabender, base discreto que pasó por equipos como Fuenlabrada o Gran Canaria y nunca pudo quitarse el lastre de la leyenda de Wayne, uno de los precursores del baloncesto en nuestro país bajo el ala sabionda de Díaz Miguel. Tirador excelso, Wayne Brabender fue, junto con Clifford Luyk, el primer extranjero nacionalizado de nuestro básket y realizó diabluras en la cancha, incluida la famosa victoria ante la URSS en las semifinales del Eurobasket de 1973, cuando las diferencias eran abismales.


Qué decir de Andrea Meneghin. Hijo del mítico Dino Meneghin, se formó en la cantera del Pallacanestro Varese, debutando en 1990 en el equipo que también vio brillar a su padre dos décadas atrás. Era un escolta de 2 metros, que incluso podía jugar de base dado su buen manejo de balón. 1999 fue su gran año. En compañía de otros jugadores, como el puertorriqueño Daniel Santiago o sus compatriotas Giacomo Galanda y Gianmarco Pozzecco, llevó al Pallacanestro Varese a ganar la LEGA (Liga italiana), algo que no sucedía desde 1978. Además, para redondear el año, ganaría con la selección italiana el oro en el Eurobasket 99, venciendo a España en la final. En el año 2000 fichó por el Fortitudo Bolonia, donde jugaría dos años. No tuvo mucha suerte y en 2002 volvió a Varese, donde problemas con las lesiones llevaron a retirarle prematuramente en 2005. En la actualidad, es entrenador asistente del Pallacanestro Varese.


Gonzalo Martínez en el Estudiantes sigue dando guerra, equipo donde milita el hijo de otro histórico, José Manuel Beirán, que formó parte de la selección de plata de Los Ángeles. Beirán júnior pinta bien y es de los pocos casos en los que el alumno superará seguro al maestro. El que lo tiene crudísimo es Jan Martin, vástago del añorado Fernando Martín. Se encuentra actualmente en el filial del Real Madrid y va convocado con el primer equipo (¿será porque su tío Antonio es el director deportivo de la sección de básket blanca?), pero le queda mucho por mejorar si quiere acercarse a la mitad de lo que fue su padre, al igual que el primogénito de Arvydas Sabonis, un rubio barrilloso que milita actualmente en las filas del Unicaja de Málaga.


Es la crueldad de tener un padre mítico. Pasa en otros ámbitos de la vida, como el hijo de Raphael, que tiene un grupito del que nadie recuerda su nombre, o Paquirrín, quizá el caso más paradigmático. Y pasará con Jeffrey Jordan, que soñará con meter canastas imposibles sobre la bocina y con ser tan determinante que hasta tus propios compañeros parecen mejores de lo que son en realidad. Que se lo pregunten a Buchler, BJ Armstrong o a Bill Cartwright. No sé si algún día el hijo de Larry Bird dírá sobre Jeff: "Hoy Dios se ha vestido de Jordan". Que vaya rezando.
Otra reflexión que me invade al contemplar a Jeff Jordan es que el tiempo pasa inexorablemente y que nos estamos haciendo viejos poco a poco. Parece que fue hace dos días cuando Mike sentenció a Malone y Stockton con la mejor jugada de su dorada carrera y ya está en la cancha el mocoso Jordan. Cómo hemos cambiado...