miércoles, 29 de octubre de 2008

El reno Rudolph


El personaje del reno Rudolph fue creado en 1939 por Robert L. May, empleado de una cadena de tiendas de Chicago llamada Montgomery Ward. Le habían pedido una historia navideña para promocionar la tienda y Robert escribió un poema sobre un reno inadaptado que con el tiempo se ha convertido en parte del folklore navideño. Para crear a Rudolph, un reno despreciado por los otros renos por tener la nariz roja, se inspiró, por una parte, en el cuento del Patito Feo y, por otra, en su propia experiencia personal, la de un niño tímido, víctima de las burlas de los demás. Fue tal el éxito de su creación que en 1946 ya se habían vendido seis millones de copias del poema, al que siguieron una canción (en 1947) y un especial para la televisión (1964). En el poema, Rudolph vive en un pueblo de renos sin concretar; en la canción, pasa a ser un reno de Santa Claus, a quien su nariz roja sirve de luz guía.


Ésta podría ser la historia de 'Rudolph' Fernández si no fuera porque ni es un niño tímido ni creo que vaya a sentirse despreciado por el resto de compañeros NBA, si en su primera actuación oficial en la Liga ha sido capaz de meter 16 puntos y dar cinco asistencias. Con su nariz roja por el frío de Portland, Rodolfo se pone al día con el 'First Certificate' para poder entender al insondable McMillan y se dispone a escribir una de las páginas más apasionantes del baloncesto europeo en la Liga más televisada del mundo, siempre y cuando le respeten las lesiones y pueda coger músculo para aguantar las tarrascadas de mazacotes como Lebron, Howard o el propio Shaquille.


Como Prigioni, Pecile o Navarro, Rudy se está haciendo cada vez más importante en nuestras vidas, siendo un ejemplo de intensidad, de amor por el juego y del 'Nunca es suficiente'. Siempre se puede mejorar, en el salto, en la visión de juego, en la capacidad defensiva, en el baloncesto altruista... Siempre podemos aprovechar el tiempo en la cancha, aunque sean minutos de la basura. Otra historia será la de Sergio Rodríguez, que tiene toda la pinta de convertirse en un Milicic de la vida.


Ser español ya no conlleva ningún prejuicio, ninguna traba hístórica. Paco Martínez Soria es carne de sábados por la tarde y nos reímos mucho con él ("Aaaaay, corderaaaaa..."), pero ahora el complejo se ha convertido en orgullo, en motivo de emoción y de conversación mañanera. "¿Has visto el último mate de Rudy?"... Ésa será una de las frases más repetidas de esta temporada. Como el reno, Rudolph ha logrado hacerse respetar entre la manada y conseguir que a todos se nos encienda la nariz de pura felicidad.

martes, 28 de octubre de 2008

Los viejos boxeadores nunca mueren


A continuación, copio y pego una crítica que he descubierto en internet (un poco tarde, ya lo sé) sobre ROCKY BALBOA de un tal Rafa Martín. No tiene desperdicio:


"Hay momentos en los que Rocky Balboa me recuerda a ese viejo que se pone a mirar las obras y le explican al capataz que el edificio se va a caer porque el cemento no cuaja y como se derrumbe el muy bastardo con trece familias dentro el que se va a cargar el mochuelo es él. Se le mira al pobre señor con afecto y simpatía pero por lo general, nos solemos pasar sus opiniones por el forro de los cojones. Rocky Balboa no es la resurrección de Stallone (nacido en 1946), y menos aún cuando regresa a una saga que inició personalmente hace más de treinta años (30, thirty, SIETE OLIMPIADAS). Pero sí es una película que no ofende a nadie, correctísimamente interpretada, con un buen guión y, por encima de todo, una espléndida fotografía y que supone un regreso al tono realista del primer film y buena parte del segundo (hasta que Adrian se despierta del coma, en Rocky II, y lo primero que le dice a su marido es que aniquile a Apollo Creed, a partir de ahí, la saga Rocky se convierte en Portaventura).Adrian no ha podido engañar a la muerte otra vez. Se nos ha muerto de cáncer y Rocky Balboa sigue en su pequeño mundo y viviendo del pasado, como Walter Sobchak. La clientela acude a su restaurante para escuchar sus batallitas, su cuñado Paulie sigue trabajando en la misma fábrica de carne, su hijo se ha pasado al lado oscuro y se ha hecho broker de bolsa (podría haber sido periodista, casi peor) e intenta reconstruir su vida con la chica que le mandó a la mierda en la primera entrega, Marie, ahora divorciada y con otro chaval a cuestas. En esto que llega el salto de fe: un programa de ordenador determina que, en sus viejos tiempos, hubiera sido capaz de acabar con el invicto campeón del mundo de los pesos pesados, Mason ‘The Line’ Dixon. El pifostio mediático que se genera fuerza al Potro italiano a volver al ring y ahí le tenemos de nuevo. Gonna Fly Now, escaleras, sudadera y pantalón gris incluidos."Tengo 60, pero a ver quién saca la vena como yo."Los primeros tres cuartos de hora del film son un coñazo en el buen sentido. Rocky habla con Marie. Rocky habla con Paulie. Rocky habla con su hijo. Su hijo habla con su padre. Rocky habla con el hijo de Marie. Se compra un perro nuevo. Y venga a recordar a Mickey (el viejo sordo que le entrenaba hasta que le empujó Mr. T y se murió en la tercera -Port Aventura, recordemos-), y la pista de hielo, y el gimnasio, y el bar antiguo, y que coñazo monumental. Sin embargo, como todas estas escenas están muy bien rodadas, y parece que destilan emociones genuinas, el público que de verdad sepa que Rocky siempre fue una saga sobre un pobre saco de hostias que se negó a caerse cuando se lo decían, con sus dos cojones, sentirá una lagrimita de nostalgia. Hay momentos realmente buenos, como todo lo relacionado con Adrian y Paulie, así como las conversaciones con Marie (muy buena, Geraldine Hughes) y otros completamente innecesarios y que se podrían haber cortado, con el peligro de convertir el film en un mediometraje (todo el rollo del hijo, interpretado por el funesto Milo Ventimiglia, que no se entera de la realidad que le rodea y si no ahí está la ultrasobrevalorada Heroes para demostrarlo).Lo que funciona en esta parte es el sentido clásico de Stallone y la magnífica fotografía de J. Clark Mathis, que recuerda mucho a lo que hacía Robert Richardson en Casino, con colores por todas partes y fuentes de luz de no se sabe dónde, que amenazan con provocar ceguera a los actores. Sly lleva en este negocio del cine más de lo que yo llevo en este mundo y joder que si se nota, porque incluso el diálogo más aburrido está tratado con el mimo y cuidado suficiente para que nos llame la atención. Además de vez en cuando siempre están los chistecitos de Rocky (“Me siento como un canguro, con todas estas cosas en el bolsillo”), hilarantes de puro malos que son. Todo está tratado con mucho mimo y eso no es malo, pero si lo alargas demasiado, será insoportable. Y es justo en ese momento en el que Stallone decide poner en marcha el tren con la estructura que todos los devotos conocen: entrenamiento, montaje musical, previa y a darse de hostias. Destacar sobre todo la presencia de Tony Burton, en el papel de Duke, entrenador del fallecido Apollo Creed que se casca el mejor monólogo de la película (“…le vas a dar el viejo trauma por golpe contundente de toda la vida”) y ver a Stallone, como Donkey Kong, lanzando barriles para ganar fuerza, que es lo único que le queda ya que el tal Dixon es un milagro de la genética y te pega cuatro hostias antes de que tu cuerpo perciba la primera.Y durante unos gloriosos cinco minutos, Rocky Balboa tiene las mejores escenas de boxeo vistas en años. No es decir mucho, dado que el género no abunda, pero esos cinco primeros minutos, con una planificación televisiva (logo del pay per view incluido) valen por todos los de Ali. Stallone sigue pareciendo boxeador como yo jugador de curling, pero Antonio Tarver es una mala bestia y aunque canta cuando se esconde el puño para no dejar a Stallone incapacitado el resto de su vida, ‘Magic Man’ sabe moverse (principalmente, porque ha sido campeón del mundo de peso ligero). Entonces Stallone director la caga por completo, comienza a hacer cosas raras con la cámara (blanco y negro, cámara superlenta, degradados, montaje a lo Michael Bay). Para alguien que ha intentado mantener un tono sosegado y con los pies en la tierra a lo largo del film, es una contradicción."¡Potoma!"¿Y sabéis qué? Al peo. Mejor quedarse con el final donde gane o pierda, todo el mundo aplaude a Rocky y la saga llega a una feliz conclusión, sin “nada en el sótano”, como dice Stallone, y con la sensación de que nos hemos librado de un verdadero desastre, por el corazón y el empeño que se ha puesto en el rodaje. Rocky Balboa es de lo mejorcito que ha hecho en años y provoca las ganas de retroceder en el tiempo al espectador de ventitantos, que se crió con lo mejor del cine de acción de los ochenta, y ahora no puede sino llorar al ver el espectáculo que dan esa panda de capullos que se hacen pasar por héroes de acción. A esos les subía yo al ring, para que les fostiara Tito Rocky (y si falla, siempre me queda la opción de saltar yo… y mi amiga Fergie, la motosierra)."

Publicada el 2007-01-10Más críticas de Rafa Martín

lunes, 27 de octubre de 2008

La retirada de un mito viviente


Hoy tampoco quiero hablar de baloncesto. Mientras Claver se consolida mate a mate como el elegido para la sucesión, mientras Prigioni se hace cada vez más importante en nuestras vidas, y mientras el Cajasol le da una alegría a Antonio Pulido en forma de triunfo épico televisado en Vistalegre, hoy quiero recordar a un hombre que siempre quedará inmortalizado en Kiss FM y en el subconsciente colectivo como la voz del amor después de Sinatra. Me refiero, claro está, a PHIL COLLINS.


Hoy he leído en un blog de internet (por tanto, lo pongo en cuarentena hasta que no lea una fuente más fiable) que el Maestro Phil no sólo se toma unas vacaciones indefinidas debido a un pólipo en la garganta (eso ya se sabía desde hace dos años), sino que... ¡SE RETIRA DE LA MÚSICA! Dice que seguirá componiendo, pero que no sacará más discos. En un mundo tan seco de ideas y tan baldío de voces con personalidad como el panorama musical actual, nuestros oídos (y nuestro corazón) no pueden prescindir del autor de 'One More Night'.


Laura era de Sinatra y yo de Collins. Esto es como la dualidad Sevilla-Betis: no puedes ver al enemigo, pero reconoces su valía. Lo mismo pasa con el ganador del Óscar por 'You'll Be in my Heart' (sí, esa canción con la que Juan, de OT1, lloró como una damisela...). Tiene mogollón de detractores, pero nadie, nadie, puede negar que ha sido uno de los cantautores más influyentes de finales del siglo XX. De hecho, su primer disco en solitario (Face Value, 1981), está considerado como uno de los mejores trabajos del pop de todos los tiempos. Se me eriza el vello recordando los primeros acordes de 'I Missed Again' o de 'In the Air Tonight'.


Más mérito tiene este magnífico batería, ya que en 30 años, ha logrado labrarse tres carreras en una: la de cantautor, con esa cima creativa llamada '...But Seriously'; la de líder de una banda de pop electrónico denominada GÉNESIS, que ha escrito páginas de oro de la lírica posmoderna; y la de autor de bandas sonoras, con las que llegó a cotas de popularidad insospechadas. El calvo maravilloso, el dulce Phil, nos deja, pero supongo que hasta que la Warner le unte de los suficientes millones como para que regrese con más fuerza que nunca. O no. O, en un alarde de convertirse en el Michael Jordan de la canción, volverá con vigor inusitado cuando se canse de su retiro de divorciado, cuando esté harto de tirarle pelotitas a su perro en la fina arena de Palm Beach.


Collins es necesario en estos tiempos, porque nadie como él (bueno, sólo Freddie Mercury, Elvis, Michael Jackson, Sinatra, Stevie Wonder y Jacques Brel) ha sabido cantar y contar el enamoramiento, la traición del ser amado, el desengaño, la ira tras el palo sentimental, la soledad del desencanto vital. Phil, siempre estarás en nuestros corazones, aunque no pierdo la esperanza de coincidir con tu cabeza de cebolla en alguna parte de este jodido mundo y poder decirte lo feliz que me has hecho con tus canciones, lo pleno que me he sentido con los acordes de 'A Groovy Kind of Love' o de 'Against All Odds'. Eres imprescindible en nuestras vidas.