viernes, 10 de julio de 2009

El chaval de los calcetines blancos


Hace 20 años, cuando todavía no perdíamos el tiempo en internet ni teníamos la imperiosa necesidad de coleccionar cosas a destajo, hubo un disco que cambió mi vida. De repente, mi hermano volvió de una excursión a Francia y me trajo el primer disco de vinilo que tuvimos en casa (¡Por fin el primer disco propio! ¡No había que grabarlo en cinta corriendo porque había que devolvérselo a algún amigo del Tato!). Recuerdo una intensa emoción y una atracción intensa por esa portada: fondo blanco, postura chulesca, traje macarra negro con cientos de tachuelas, pelo rizado largo perfectamente colocado y un rostro misterioso y magnético. BAD fue mi primer amor con la música, ése que no se olvida nunca, ése que te marca para siempre.


Aunque ya había disfrutado de THRILLER con siete años, porque Álvaro le regaló a mi hermano la cinta de cassette original (1983) y ya 'Billie Jean' acaparó toda mi atención, la liturgia comenzó con BAD, con ese vídeo rodado por Martin Scorsese cuyo estreno vivimos en Tocata como una especie de 23-F musical. No defraudó, aunque no tenía los efectos especiales de 'Thriller. La coreografía, espectacular, aportó pasos nuevos a la mitología del niño negro que se volvió blanco porque era tan ingenuo que su alma no podía retener ningún atisbo de oscuridad. Yo iba al colegio todavía y, al mediodía, antes de almorzar, tenía una cita diaria en mi habitación con el tocadiscos Investrónica para bailar en soledad la canción 'Another Part of Me', la segunda mejor del genio anoréxico tras 'Billie Jean', aunque 'Wanna Be Starting Something' siempre me pareció un pepino que no pasa de moda.


Se está escribiendo mucho sobre Michael. Ríos de tinta, lágrimas y discusiones en la calle. Se habla de Cristiano Ronaldo, la gripe A y la muerte inesperada del hombre con la nariz más fea de la historia, del único artista que ha sido capaz de maravillar al cien por cien con los dos pilares del mundo audiovisual: voz y físico. También le ayudó siempre la estética (esa fabulosa chaqueta de 'Beat It' o la vestimenta de la gira 'Dangerous') y el halo místico que envolvía sus manías y sus decisiones megalómanas. Pero nadie como él me levantaba de mi cama para bailar, a cualquier hora, en cualquier momento, a lo largo de los años.


Soy de los pocos de mi entorno que puede decir que no ha dejado nunca de poner las canciones de Michael, desde 'Off the Wall' hasta 'Jump', incluso en los años oscuros de la acusación de pederasta que ahora parece aclararse con las declaraciones del niño que supuestamente sufrió tocamientos. Parece que Michael sufrió chantaje y tuvo que pagar por ello hasta el día de su muerte.


Ahora hablemos de culpa. Existen varios culpables de su fallecimiento. En primer lugar, su padre, que le maltrató de pequeño y no le dejó tener una infancia normal. Después, sus hermanos mayores, que nunca ejercieron como tales enseñándole el camino recto a 'Jacko' y se quitaron de enmedio corroídos por la envidia, porque no llegaban al listón talentoso del caminante de la luna. En tercer lugar, la prensa, que le atosigó siempre para descubrir cosas sobre su vida privada, una rutina que lleva a cualquiera a usar tranquilizantes. También él mismo, con sus excentricidades (invitar a niños desconocidos a jugar en Neverland, dormir con ellos y luego contarlo en los medios). El juicio, el acoso de la prensa americana e internacional, la falta de cariño verdadero de su entorno y la enorme competencia de artistas emergentes en el siglo XXI, mermaron su capacidad creativa y le impidieron levantar cabeza después del enorme éxito de DANGEROUS. Descuidó las letras y las melodías y se obsesionó con el baile. BLOOD ON THE DANCE FLOOR fue un disco muy flojo e INVINCIBLE pasó desapercibido.


El fenómeno continúa y el hombre que más discos ha vendido nunca seguirá haciendo funcionar la caja registradora. Yo, por mi parte, cogeré mi viejo disco de vinilo con el macarra sobre fondo blanco y lo colocaré en un lugar destacado del comedor. Y seguiré practicando el 'moonwalk' mientras trato de asimilar que el rey de mi tocadiscos ya no me traerá más regalos en forma de canciones nuevas, que los mediocres traten de sacar tajada económica de su muerte y que la posibilidad de ir a Londres un fin de semana con Laura para verle se haya truncado para siempre. Siempre nos quedará la anécdota de la cabina telefónica, ¿verdad, querida Mayra? Y trataré de ponerme mañana calcetines blancos con zapatos negros, aunque pase calor en este pueblo desierto, en este vacío pegajoso sin la Piedad de Miguel Ángel y sin el humanista Jackson, sin el tipo de la eterna sonrisa que volvió loco a medio mundo con su toque de genitales.