domingo, 21 de febrero de 2010

Los gritos de la discordia


El ser humano ha evolucionado. En los últimos 10.000 años, hemos aprendido a refugiarnos del crudo invierno sin tener que hacer fuego cada vez que alguien estornuda. Sabemos transportarnos mejor, hemos salido de la atmósfera para descubrir cosas y hemos creado una herramienta que te permite comunicarte con alguien que está al otro lado del planeta en tiempo real. Sin embargo, seguimos sin respetar al prójimo. Desde los tiempos del homo sapiens, el hombre ha gruñido siempre ante lo diferente, ante un símbolo que no entiende o que no conoce bien. Como el rey de España. Lo que acabo de vivir en el BEC de Bilbao, justo antes de la final de la Copa del Rey de baloncesto, roza lo esquizofrénico. Durante días, he departido amistosamente con aficionados culés y vitorianos que me han demostrado con creces que los pueblos vasco y catalán están compuestos por gente maja, educada, interesante y sin complejos de superioridad. Personas que, como tú y como yo, se preocupan por no tener empleo, por el futuro de su familia y por crecer sentimental y culturalmente con el paso de los años. Iguales en nuestra diferencia. Pero, de repente, entra don Juan Carlos en escena y todo cambia. La chica de 20 años que ayer se reía cuando le hablaba de Pablo Laso y Arlauckas, hoy arremete con acritud contra el primer y segundo símbolo español (bandera+monarca). El hombre afable de atrás que ayer decía que estaba viviendo un espectáculo, hoy grazna: "¡Hijo de putaaaaa!". Tan fuerte gritaron las hordas bárbaras que no pude ni escuchar el himno. Y la organización lo cortó, decisión harto reprochable por otra parte. Aplaudo al rey por la serenidad de aguantar estoicamente el abucheo (en cuatro días en el BEC ningún equipo ni ningún jugador fueron pitados así), sobre todo porque ya vivió algo parecido en la última final de la Copa del Rey de fútbol. Los protagonistas de semejante desfachatez fueron los mismos: vascos+catalanes. Y hoy en el BEC también hay que añadir al saco de los energúmenos a los aficionados republicanos del resto de equipos participantes. O sea, más de 15.000 personas insultando y tirando por tierra 35 años de libertad.

No quiero que parezca que soy monárquico. No lo soy, aunque le haya dado la mano a Juancar en otro evento deportivo. Pero cualquier persona merece un respeto cuando hace el esfuerzo de presentarse en tu casa para hacerte un regalo. Porque la Copa ha sido el mejor presente para Bilbao: miles de turistas nos hemos dejado los cuartos en bares, hoteles y transportes de Bilbao. La ACB le dio la Copa a Bilbao porque sabía que Bilbao podía estar a la altura. Y lo estuvo. A fe mía que lo estuvo durante cuatro días... Menos medio minuto de denigrancia. Me ha parecido fabulosa la afición del Baskonia pero, si no son capaces de respetar la razón de ser de este torneo cuando ellos son los anfitriones, será mejor que su equipo no la juegue. El doble rasero no vale. No vale que yo me nutra de un torneo español para hacerme grande como club y luego, cuando ese torneo español pasa por tus fueros, reniegues de él como de la peste.

"Nosotros tenemos un himno en euskera", me contestó una señora cuando le pregunté por qué no había podido oir el himno de mi país. Eso tampoco vale. Porque cuando la Copa se ha celebrado en Málaga, Sevilla o Madrid nunca han puesto el himno autonómico. Y nadie ha silbado a ninguna autoridad competente. La realidad es que es un tema muy arraigado en esta región y de explicación poliédrica. Los niños maman el 'colonialismo español' en las 'ikastolas', pero luego se benefician de los Presupuestos Generales del Estado para comprarse un portátil o para pagarse los estudios en el extranjero. Otra vez la ley del embudo.

Prefiero quedarme con los óptimos momentos que he vivido: el paseo por el Nervión; el Guggenheim; los pintxos; la sidrería Artxanda; el funicular; la arquitectura bilbaína; el buen rollo con los hinchas en el metro; el mercadillo de Plaza Nueva; la excelente predisposición de todo el mundo a orientarte cuando andas perdido por alguna calle... Prefiero pensar que a la organización se le olvidó poner el himno de España y que, por esa razón, el público comenzó a pitar. Es que la Copa es un torneo tan especial que no deja indiferente a nadie.