Una de las semifinales más emocionantes de la ACB en muchos años (quizá desde los tiempos del Madrid-CAI y Barça-Joventut de finales de los 80) y una final de la que se espera mucho han coincidido en el tiempo con la final de la NBA más lamentable que se recuerda. No sólo por el 4-0, sino por la cantidad de minutos que se llevaron ambos equipos sin anotar, con tanteos paupérrimos y una enorme falta de imaginación a la hora de atacar el aro.
Los Magic de Orlando ya perdieron 4-0 con los Rockets de Houston a mediados de los 90, pero hubo calidad, igualdad al alza, frescura y espectáculo. Todavía me pregunto cómo una banda como los Cavaliers de Lebron ha podido eliminar a Detroit y plantarse en una final de la NBA. Creo que tengo la explicación: mientras la ACB se surte cada vez de buenos jugadores, curtidos en ligas de mucha calidad como la LEB, la griega o la italiana, y formados en canteras potentes, la NBA ha reducido su propuesta al físico de las estrellas, al mate rápido, esa especie de 'fast food baloncestística' que te da mala digestión, y son los supervivientes del basket lógico, el del dentro-fuera, el del 'penetrar y doblar', el de jugar con el reloj y el del concepto de equipo como familia (o, por lo menos, como colegas), los que triunfan.
La victoria de San Antonio es la victoria de Europa, del basket FIBA, una vez más. Ya no es casualidad. Tres anillos en cinco años es un dato contundente. Deberían mandar una réplica del anillo a los técnicos del Kinder Bolonia, donde Manu se hizo grande, y otro a la Liga Francesa. Y el Eurobasket a la vuelta de la esquina...