lunes, 21 de enero de 2008

Aquel verano de 1993


Recuerdo aquel verano con la limpieza de un arroyo de la Sierra de mi tierra. Recuerdo aquellos días como se recuerda sólo lo más sagrado, lo fundamental, la película de tu vida en un instante límite, en el punto de no retorno. Aquel verano de 1993, ajenos a la globalización y a los problemas de la vivienda en España, nos creíamos los amos del mundo desde nuestra atalaya del Instituto Diego de Guzmán y Quesada. Dos hombres y dos mujeres bebiéndose la vida en una canasta dorada o, más bien, un soporte de macetas. Al menos, eso es lo que parecían los aros del Femenino que, 15 años después, siguen impertérritos ante la dejadez humana, ante la indiferencia de los adolescentes que no saben la belleza que esconde esa cancha que marcó mi vida de por vida.


En ese marco, repleto de graffitis incomparables y algún que otro porrito pisado en el suelo, nació una ilusión, como diría cierto cantante con cinto. Amor y baloncesto fueron de la mano con la banda sonora de George Moustaki y Lenny Kravitz. La chica de mirada luminosa hacía sus progresos en el lanzamiento de media distancia mientras yo no terminaba de lanzarme. Mientras, mi viejo amigo JM le enseñaba penetraciones a Bea. Dos contra dos, mil 21, bombillas, concursos de triples... Las tardes se consumían con una intensidad nunca vista. Cuando llegaba la noche, nos tumbábamos en la cancha a mirar las estrellas y a arreglar el mundo con la palabra. Cuando hacía pasos, yo la quería el doble. No había tiempos muertos en aquella cascada de emociones.


Y llegó el colofón. El final del verano llegó, yo partí a Sevilla, pero el fuego de la pasión nos consumió a los dos para renacer un año después y celebrar juntos (dentro de unos días) 12 +1 inviernos llenos de luz. Ella ha ido depurando su tiro y yo mis formas, dentro y fuera de la cancha. Ella ya no escucha a Moustaki, pero yo sigo cantándole al oído por Roch Voisine. Yo he ensanchado bastante, pero ella está más guapa que nunca. Ya no aguantamos cinco horas sobre la pista de basket, pero el tiempo se va volando en el Día-Noche-Día-Noche juntos. Ella es capaz de meter 30 puntos por partido y yo me muero por taponar a Lolo.


Ella estuvo a punto de la retirada, pero se lo pensó mejor. Se dio cuenta de que seguimos viviendo ese verano de rosas rojas, de caminatas a la Hispanidad, de atardeceres en el Conquero, de risas, de proyectos que se han hecho realidad, de ideas locas y locos sueños. Ella no puede retirarse nunca, porque todos la reclaman como un ángel dentro y fuera de la pista. Debe seguir orientándonos con su defensa, sus bloqueos y su capacidad de supervivencia en un entorno hostil. Lanzada hacia el triunfo vital, ella penetra a canasta y yo quiero penetrar... Hacia ella. Hemos vivido tantas batallas ganadas en el último segundo que quiero seguir jugando contigo de poder a poder esta final con prórroga infinita. Quiero darte mil asistencias para que podamos sumar los dos en el camino de la vida. Y gritar, y sentir que la realidad supera a la ficción y que aquel verano se repite cada día.


Ella ha mejorado su porcentaje con los años y ya me gana los 21. Ella me ha mejorado como persona y ahora peso sólo 21 gramos, porque siento la fuerza de mi alma, el poder del amor y el camino hacia la felicidad. Fluye. Se difumina en el aire como los fuegos artificiales y reaparece con el sonido de su voz. El aro del Femenino se convirtió en Anillo de Campeón. Ambos fuimos clave en el logro de ese título. Ella lo dio todo y yo me dejé la piel. Ella se llama Laura, me acompañó a la final del Eurobasket 2007 y me cautivó en el verano de 1993. Aquel largo, cálido y maravilloso verano.

La cara oculta de los campeones


Algo se intuía, pero nunca pensé que podría ser verdad. Me confirma una persona que ha convivido estos tres últimos veranos con la selección española absoluta en sus respectivas concentraciones para los dos Eurobasket y para el Mundial que Garbajosa, Berni y compañía son "unos creídos que te miran por encima del hombro y que no te dan ni los buenos días". Los peores son Gasol y Rudy, que van de estrellas, y los más humildes, Calderón y Navarro.




Esta información desmitifica un poco esa imagen que tenemos todos de grupo de amigos, de piña inigualable capaz de ganar oro tras oro (si Holden lo permite) jugando de cine y haciendo el teatro justo. Pero, cuando las cámaras se apagan, estos privilegiados se vuelven personas normales, con sus contradicciones, sus arrebatos, sus miedos, sus imperfecciones, sus defectos y sus sombras, claro.




"Gasol parece que está en otro mundo. O mejor dicho, está en su mundo". No me extraña. Hay que analizar la situación de este hombre: es un joven (todavía no tiene 30 años) que lleva ya muchos años en primera plana, sometido a muchas presiones y dando lo máximo en la Liga más exigente. Y, a pesar de lo que diga este individuo que cree conocer a nuestras estrellas, nunca se le ha visto un mal gesto ante un periodista (como un Raúl o un Fernando Alonso cualquiera). Otra cosa es que no espere ansioso las entrevistas y se lance a las multitudes como el difunto Kurt Cobain. Gasol es el único que puede creérselo por sus emolumentos, por su palmarés, por su juego y por las ganancias que reporta a todas las marcas que anuncia, como Banco Popular o las galletas Príncipe de Bekelar.




Lo de Rudy ya es más sangrante. Aunque meta 35 por partido, es un niñato que todavía no ha sido determinante en ningún título ni con su club ni con la selección. De hecho, en la final ante Rusia, se escondió debajo del ala de Gasol y Calderón, al que siempre le echaré en cara que no mirase al aro en el último cuarto con el porcentaje de 'megacrack' que llevaba.




Y pongo en cuarentena que Berni, Cabezas, Sergio Rodríguez, Marc Gasol y demás jugadorazos sean unos divos. De todas formas, tampoco creo que haya que meterse en sus vidas privadas ni indagar en sus formas de ser. Sólo les pido que sean correctos en el trato con los aficionados y con sus propios compañeros, que ganen el oro olímpico en Pekín y que sigan ilusionándonos como nadie lo hizo nunca en el deporte de la piel de toro.