Hace unos meses entré en el siempre oscuro feudo del rey maligno, el orondo amo del calabozo que regenta el Polideportivo-Invernadero de Santiponce. Para mi sorpresa, había 10 personas jugando a baloncesto, cosa que sólo ocurría con el extinto equipo de jugones con el que entrenaba. El hecho de ver esa bonita estampa hizo que me sintiera bien, que recordase los viejos tiempos de la cancha de mi barrio en Huelva, cuando teníamos que coger número para tirar a canasta y nos llevábamos las horas muertas jugando a rey de pista (ver primeros artículos de este blog). Pero las estrellas se alinearon y un señor de ojos azules se dirigió a mí y me preguntó: "¿Quieres jugar?". Eso fue ya la hostia.
Y, si con todo eso fuera poco, resulta que el ambiente era sano, competitivo, de baloncesto en equipo, de basket de los 80 (la mayoría hemos mamado la época dorada de la NBA y los años dulces de Epi, Villacampa, Montero, Corbalán, Brian Jackson y compañía), de risas al escuchar frases de los jugones como: "Esta gente pasa mucho el balón, ¿no?". Luego resultó que el señor de ojos azules era Manolo Conejo, el primer fan de mi blog (curioso fue conocerle primero en el ciberespacio, cuando vivíamos uno pegado al otro), y el muy aglutinador arrastraba con él a un grupo humano excelente relacionado con la ingeniería, el agua, las obras hidráulicas, el abastecimiento, las infraestructuras y el medio ambiente.
Me encanta el compromiso de la gente con la pachanga de los martes, tan difícil de encontrar en estos tiempos en los que nos movemos como plagas de langosta, todos al unísono, en grandes y perfectas urbanizaciones de dos en dos, con los problemas de tener que consensuar las pasiones con tu pareja, tus compromisos familiares, tu trabajo y tu vida, en muchos casos, lejos de Santiponce (tremendo lo del gran Juan Chica, viniendo de Huelva para jugar en lugar de irse a su casa a descansar con su mujer y su retoño).
En definitiva, que brindo por multiplicar ratos como éstos, con gente que se puede hablar de todo, altruista en la cancha y en la vida, con el Aquarius siempre como elemento recurrente y con la camarera del Mama Juana en el recuerdo (ahora tenemos al gran descubrimiento: la chica del Pisotón). Gracias a todos por estar ahí y esperemos que el CB Pajartillo, como lo ha bautizado Luisfer, siga creciendo a pesar del amo del calabozo. Las bombas de Rafa, los tiros a tabla de Manolo García I, los cuasi-mates de Edu, los triples de Lupe, la suspensión con patada de Víctor, las entradas kamikaze de Francisco Javier, los rebotes y la clase de Luisfer, la solvencia de Dani, la progresión estratosférica de Manolo García II, la magia de Manu (perdón a los que me olvido de nombrar)... El baloncesto pachanguero hecho arte.