miércoles, 9 de septiembre de 2009

De magia, rutina y esperanza dorada


Tres días de competición. Tres días de sobresaltos. Tres días de palpitaciones. Algo se mueve en mi corazón. ¿El recuerdo de un pasado de basket rústico recorre mi cuerpo? No, para nada. Estoy tranquilo, dentro del nerviosismo lógico de la competición más esperada del año. Cada verano, un grupo de 12 hombres se reúne para hacer un truco de magia en cada partido, todo concentrado en dos o tres semanas, más intensas que Lolo buscando a un sexto hombre para la pachanga.


Amigos míos, tengo la certeza de que el baloncesto mágico, la belleza del contraataque bien hecho, el ataque estático en el que el balón va de lado a lado como si fuera una sinfonía de Beethoven, el puño en alto, la cara de chico malote, el guiño a una canción con significado especial que da vida en el vestuario, el ritmo de martillo pilón... Esa maravillosa rutina a la que nos tenía acostumbrados la selección española tiene que volver a pesar del malencarado Scariolo. En el paisaje del campeón del mundo hay algún que otro nubarrón, eso sí: la falta de conjunción entre las piezas; la incógnita de cómo llegará Pau Gasol a los partidos cruciales; ese extraño elemento llamado Marc, que se ha disuelto como un azucarillo en los últimos días; la lesión muscular de Rudy; el imprevisible Navarro, que casi siempre decide correctamente en los minutos calientes de partido, pero siempre al borde del abismo; la escasísima aportación de los suplentes (el perdido Mumbrú, el todavía demasiado verde Claver, el errático Cabezas, la sombra de lo que fue Raúl López, el Expediente X Garbajosa...); el abuso de los triples, las pájaras por exceso de confianza, el cansancio, la desidia, el tedio, la presión de ser favorito, el hastío de tener que ganar siempre, los compromisos publicitarios, los sistemas de Gominolo, como le llama el gran Manolo Conejo... Muchos factores que se solucionan con un solo alimento funcional, con un solo ingrediente transgénico: LA ILUSIÓN.


Vivir el torneo como si fuera la primera vez. Un concepto tan sencillo de escribir como difícil de realizar. ¿Se puede uno cansar de ganar? El Eurobasket es como una asignatura del instituto: vas pasando los parciales con más pena que gloria y el examen que bordas es el último, el que decide tu nota final, el que marca la diferencia entre el repetidor de vuelta de todo y el buen estudiante que luego se convierte en un trabajador ejemplar de alguna empresa explotadora.


¿Explota la Federación a sus jugadores? Yo, particularmente, no veo a Eslovenia haciendo tantas campañas publicitarias en medio de una concentración ni me imagino a los turcos perder el culo cada vez que un periodista se acerca para una entrevista. Vale que tienen primas millonarias, pero están ahí para jugar a basket y divertirse en la medida de lo posible. Porque si ellos se lo pasan bien y tienen la familia cerca (como procuró Pepu en su época), el baloncesto fluye mejor por sus venas. No puede ser que lleguen al calentamiento con caras largas ni que consientan que Serbia les mee en la cara sin, al menos, animarse de manera vehemente los unos a los otros.


Me quedo con el conjuro 'light' que protagonizó Pau al final del España-Gran Bretaña: "Hemos jugado mal, pero mañana vamos a hacerlo mejor, ¿vale? A partir de ahora jugaremos mucho mejor, ¿vale?". Dicho y hecho. Prórroga surrealista ante Eslovenia y solidez en los minutos que cuentan. Lo relevante es ir pasando los parciales hasta que llegue el gran examen final. A esa prueba hay que llegar bien preparado, eso sí, más mental que físicamente, porque todos están, a estas alturas de la temporada, bastante cascados y no puede ser una excusa. Creo que los ayudantes del gran capo deberían hacer una labor más psicológica con los jugones (Orenga, que se note tu experiencia y motiva mejor a los Claver, Llull, Marc y compañía).


Lo dije en 'Facebook' y lo mantengo aquí. No me bajo del tren de la ilusión por el oro hasta que no me apee la propia selección. Por ahora voy solo en el vagón de cola, pero espero llegar a la última estación el primero y, desde el andén, decirle adiós con la manita a todos los ahora descreídos que se subirán, seguro, en el último momento.


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