lunes, 14 de mayo de 2007

De Rojas, Zalvide, Mincy y un sueño alcanzable


Llego al vetusto pabellón, renovado cada fin de semana en sus tablas renqueantes, en su parqué curtido con mil caídas de jugadores ilusionados, de prohombres adelantados a su tiempo. Guillermo me da la entrada y soy tan pequeño que todavía no puedo apreciar el valor del dinero que me he ahorrado. Era un regalo. Cajahuelva le daba a su madre entradas todos los fines de semana y yo quise presenciar aquello. Salieron los jugadores y sólo se nos escuchaba a mí y a Guille gritar y aplaudir. Era el Cajahuelva y estaba en Tercera división, algo así como el subsuelo del inframundo, pero a mí me parecían Petrovic y compañía apalizando a los rivales con sistemas divertidos: muchos triples, contraataques y buen rollo.


Corría el año 86 o por ahí y los Rojas, Márquez, Cano, Zalvide (el rocoso Javi y Perico), etcétera, ganaban los partidos con tanteos escandalosos (120-76, 104-60...) y eran la puñetera referencia. Cuando Guille y yo volvíamos al cole, intentábamos emular a Fernando Martín, Iturriaga, Epi, Villacampa... Pero eran los Rojas, Zalvide, Mincy y compañía los que teníamos más cerca, mirándonos a los ojos cuando metían una canasta meritoria o devolviendo con varias palmadas un aplauso de corazón de los cuatro gatos que nos interesábamos por aquel deporte de manzanas y canastillas.


De hecho, los rizos de Cristóbal Rojas recordaban mucho al maestro de Sibenik, al glorioso Drazen, el único que se atrevía a pararse en la línea de tres puntos en contraataque, clavar el tiro y enseñar el puño desafiante a los ultras del enemigo. Mi añorado Drazen, forjador de ilusiones, de personalidades y de envidias... Nadie como él simbolizaba al ganador 'made himself' y nadie ha vuelto a quedarse a tirar 500 tiros después de un entrenamiento con la luna y los perros callejeros como únicos testigos.


Han pasado 20 años desde aquellas mañanas de sábado en el Estrada y ahora, una vez más, tenemos el ascenso a tiro de piedra. El CIUDAD de Huelva ha sobrevivido a tempestades económicas, a luchas mafiosas, a rencillas familiares, a entrenadores ególatras, a sistemas defensivos aberrantes, al rechazo de la afición, a la cuasi-desaparición... Pero así es este equipo, este entrañable club, más duro que el caparazón de una tortuga del Caribe.


Si logramos doblegar al Manresa (recordemos, en la terna de privilegiados que han sido campeones de la ACB junto a Madrid, Barça, Joventut, Unicaja y Tau), me acordaré de Winters, de Artiles, de la impresión que me dio llegarle por la cintura a Tachenko, del revuelo que se montó con el fichaje frustrado de Volkov, de Jimmy Oliver (la muñeca humana), de Pablo Martínez, de Devin Davis, de Vilches, de Luis Barroso, de Ray Smith, de Valdeolmillos y de tantos otros que vistieron la albiazul.


Porque ya toca, porque queremos ver un Ciudad de Huelva-TAU; porque la Asociación de Amigos del Basket (enhorabuena, Lola) se lo merece; porque gente tan abnegada en su lucha por el basket como Benjamín Naranjo se lo merecen; porque todos queremos ver cómo llora Bobby abrazado a su hijo Damián ("Bajo mi prihma de visión..."); porque sí, porque en la distancia te quiero más; porque es por eso que hoy vengo a verte...

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