lunes, 14 de mayo de 2007

La superación del mito (I)


A veces la vida duele y mucho. Los amigos te dan la espalda, la mujer de tu vida te obliga a fregar la encimera cuando aparentemente no está sucia y te quedas fuera de un proceso de selección cojonudo por unas décimas, por unos intangibles (o porque no estás dispuesto a currar doce horas seguidas). El baloncesto, por qué no, sirve de bálsamo, de ácido acetilsalicílico cuando estás atrapado en una red, en una maraña de surrealismo.


A veces miro a Jordan, sí, el Petrovic norteamericano, el chico que perdía los partidos contra su hermano mayor en la canasta de su casa y acabó ganando seis anillos con el mayor quiebro de cintura que se recuerda en un parqué (y lo raro es que Bryon Russell no se ha retirado, sigue jugando el tío). Michael Jordan (hasta su nombre suena de manera armónica) nos ha hecho pasar momentos inolvidables a los grandes aficionados, incluido el pique con Drazen en la final de la Olimpiada 92. Es otro referente de que, si te lo propones, puedes conseguirlo todo (o casi).

No hay comentarios: